3ºB

Cuentos a imitación de El Lazarillo de Tormes


LAZARILLO DE TORMÉS

A mí me llaman Lazarillo de Tormes, ya que nací al lado de ese río. Cuando tenía ocho años, mi madre y mi padrastro, un hombre morenito, me dieron un negrito. Debido a esto mi madre con todos los gastos que tenía ya no podía hacerse cargo de mí, por lo que me dejó a cargo de un sordo, el cual me daba muy poco de comer y no es que me tratase de muy buena manera.

Cuando salía a comprar, investigaba la casa y aprovechaba para comer. En una de estas salidas parece ser que se le olvidó algo y tuvo que volver a casa, por lo que me pilló comiendo y me castigó durante dos semanas haciendo las tareas de casa y saliendo yo a hacer todos los recados y además ya me daba con menos frecuencia de comer, por lo que todas las noches me hacía el dormido hasta que le escuchaba roncar y era ahí cuando iba hasta la despensa y comía. El sordo se dio cuenta de que la comida se acababa bastante rápido y sospechaba de mí.

Una de las noches este fue el que se hizo el dormido y me pilló en la despensa atiborrándome a comida, ya no sabía con qué castigarme y a la mañana siguiente me dejó a cargo de un clérigo, encargado de todos los funerales del pueblo. Este me trataba muchísimo peor que el sordo, me daba solo una ración de comida al día y de alguna manera me hacía sentir culpable de las muertes de las personas. En uno de los funerales intenté escapar con un saco lleno de pan, ya que el clérigo estaba distraído, pero uno de los familiares del fallecido se dio cuenta de mi ausencia y avisó al clérigo, el cual salió a correr detrás de mí y al cogerme empezó a golpearme, dejándome medio muerto y sin casa donde vivir.

Me encontré con un capellán, el cual me dio mi primer trabajo y me enseñó a madurar, por lo que empecé a ganar dinero para convertirme en un hombre de bien, gracias al capellán obtuve un buen trabajo y pude casarme con una buena mujer.

Angélica Álvarez Fuentes.


LUCAS Y EL VIAJE DE SU VIDA

Lucas era un niño pobre de nueve años. Un día, su padre fue acusado de robar en una relojería y le metieron en la cárcel, donde más tarde fue asesinado por los demás presos. Su madre conoció a un hombre y comenzó a salir con él. Con el tiempo se casaron y tuvieron dos hijos. La madre trabajaba de peluquera y era autónoma y el marido estaba en paro, por lo que no podían mantener a tres niños y a ellos mismos.

Un día la madre contactó con un feriante para que Lucas le ayudase y se ganase una propinilla, pero al poco tiempo de estar con él, Lucas se dio cuenta de que tenía muy mal carácter y que por mucho que se esforzase le pagaba muy poco y un día diciéndole como excusa que se encontraba muy mal le abandonó, pensando el feriante que Lucas iba al hospital.

Pasada una semana encontró al dueño de un restaurante de baja calidad que necesitaba ayuda en la cocina, estuvo tres días trabajando con él, pero el cocinero le trataba muy mal, le insultaba y al igual que el feriante, le pagaba demasiado poco. Así que empezó a robarle cada día una barra de pan y le mentía diciendo que eran las ratas, hasta que un día uno de los cocineros le pilló robando una y se lo dijo al jefe, el cual le despidió.

Pasaron los días y llegó la hora de pagar el alquiler de la casa donde vivían y, al no poder pagarlo, tuvieron que irse a vivir en casa de la abuela de Lucas, en Málaga. Allí estuvo unos días bailando en la calle para conseguir algo de dinero. Un día llegó a un acuerdo con un carpintero que pasó por allí, el carpintero aparentaba ser rico pero a medida que fue pasando los días con él, se dio cuenta de que era pobre y debía bastante dinero, entre el que estaba el del alquiler de la casa. Lucas tenía que mendigar y darle una parte al carpintero. Un día prohibieron mendigar en la ciudad y el carpintero estuvo unos días sin comer, mientras que a Lucas le ayudó un vecino, dándole algo que comer. Cuando los dueños de la casa en la que vivía el carpintero fueron a cobrar el alquiler, el carpintero se marchó y Lucas se volvió a quedar solo.

Pasó el tiempo y Lucas se encontró con un granjero cuando iba paseando por el campo, el cual sintió pena por él y le regaló una vaca y agua para que lo vendiera, así Lucas pudo ir ahorrando dinero hasta que pudo comprarse ropa y comida y ayudar a sus padres con el alquiler. Una vez que dejaron de ser pobres, Lucas decidió dejar de trabajar para la gente.

Pasados los años, Lucas se hizo adulto y, con otra apariencia más formal, le admitieron en una empresa de cosmética, donde conoció al amor de su vida, Elsa. Elsa y él se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Pablo. Lucas tuvo una vida muy feliz, a pesar de todo lo que tuvo que sufrir en su infancia, desde luego fue todo un viaje. En cuanto a sus padres y su abuela... Bueno, la abuela con el tiempo acabó falleciendo, pero tuvo un bonito funeral. En cuanto a sus padres, se compraron un apartamento junto al mar, un mes antes de que falleciera la abuela. También ellos fueron muy felices el resto de sus vidas.

 FIN.

Daniel Guillén Piñas.


IMITACIÓN LAZARILLO

Esto era un ciego que se encontró con otro hombre y le robó , le dijo que le daría una tijera por pegamento . Como era ciego le cambió las dos cosas , pero se enteró de que eso no era lo suyo en realidad. Entonces le clavó la tijera que le había dado en cambio del pegamento que era suyo.

Juan Mateos Masa. 

El joven de las mazorcas

En un monte muy lejano había una casa en la cima donde vivía un anciano y un joven muchacho, quien ayudaba al anciano diariamente en las tareas de la casa y el cultivo de mazorcas.

Un día el anciano le mandó que recogiese las mazorcas que llevaba cultivando todo este tiempo, el muchacho se dirigió hacia donde tenían el cultivo de las mazorcas para recogerlas y de camino pensó: "¿Y si me cojo una cuantas mazorcas para mí?" Y las guardó en el cobertizo de detrás de la casa donde no solía ir nunca ese estúpido anciano, y le digo que se las han comido los pájaros.

Así con esa idea el joven se dispuso a ir a por las mazorcas he hizo su plan tal y como él había pensado. Cuando él llegó a la casa y le contó lo sucedido al anciano, el anciano le dijo gritando: "¡Te dije que pusieras un espantapájaros para que no se las comieran los pájaros! No lo hiciste, pues como castigo no comerás en una semana y tendrás que arreglar los desperfectos". Después de esa bronca al joven se le escapó una risa, y el anciano le dijo: "¿De qué te ríes, estúpido niñato". Rápidamente el muchacho contestó: "No, de nada, me acordé de un antiguo chiste que me contaron".

La cosa se quedó ahí y durante esa semana que estaba castigado sin comer y teniendo que arreglar la casa, gracias al engaño que le hizo al anciano pudo comer durante esa semana.

Al siguiente mes el anciano le volvió a mandar al joven a por las mazorcas. Esta vez el joven quería hacer el mismo truco, pero en vez de decirle que se las habían comido los pájaros esta vez le iba a decir que habían sido las ardillas. Cuando llegó a la casa le dijo lo que se le había ocurrido al anciano, quien de repente le aporreó con un palo. El joven medio llorando le dijo: "¿Por por por que mé me ha da da da dado"; a lo que el anciano le contestó: "Yo estaba dando una vuelta por el monte, cuando se me ocurrió mirar hacia el cultivo para ver si necesitabas ayuda, cuando me di cuenta de que te estabas guardando unas cuantas y ahora, cuando viniste y me dijiste que habían sido las ardillas, pues yo para que no me robes mis cultivos, pues he pensado en darte un palazo. Ah y vete de aquí para siempre o te llevarás más palos".

El joven, sin hablar ni protestar, salió corriendo sin mirar atrás. Y desde entonces nadie supo nada más de él.

José Joaquín Muñoz Rubio.


Perico el avispado

Sepa vuestra merced que a mí me llaman Perico el avispado, hijo de Federico Gómez y de Eugenia Martín, naturales de Trujillo, municipio de Cáceres.

Cuando tenía catorce años les dije a mis padres que iba a pasar unos días en el campo con un amiguito. No pusieron pegas, pues estaban deseosos de perderme de vista un rato. Cogí una mochila y la fui llenando de comida, algo de beber y ropa. Pesaba como una vaca muerta en brazos1, pero me la eché al hombro y marché en busca de mi amigo. Durante horas caminé con mi amigo por todo tipo de caminos, unos cuesta arriba y otros cuesta abajo. Yo no podía más con la mochila y empecé a darle vueltas a la cabeza2. Tenía que andar toda la noche con mi amigo y entonces le dije que si quería ir a cazar gamusinos3. Él no sabía qué eran los gamusinos, pero yo me encargué de explicárselo. Le dije que eran unos animalitos que en la lumbre4 estaban muy buenos pero que era difícil cazarlos. "Si te descuidas te muerden, pero no te preocupes yo los cojo y tú los llevas en el saco". Para mi alivio mi amigo aceptó y, cuando cayó la noche, le di el saco y empecé a cazar gamusinos. Ahí va el primer gamusino, abre el saco y ciérralo enseguida para que no se escape. El segundo, el tercero, el cuarto.... Cada vez que cazaba un gamusino yo estaba mejor y mi amigo peor, porque cada gamusino cazado era algo de mi mochila que ya no lo tenía que llevar yo y sí mi amigo. Durante toda la noche estuve cazando gamusinos hasta que empezó a amanecer y ahí fue cuando de repente vi estrellas en lugar del amanecer. Mi amigo se había dado cuenta que le había tomado el pelo5 y con el saco lleno con la comida, bebida y ropa mía me sacudió en toda la cabecita. Me desplomé al suelo y me levanté tan aturdido que no sabía qué hacer.

Al cabo del rato, ya recuperado, encendí el fuego y me senté con mi amigo a disfrutar de una buena comida entre amigos.

Pesaba como una vaca muerta en brazos1: Expresión popular para decir que pesa muchísimo.

Darle vueltas a la cabeza2: Expresión popular para decir que estás pensando.

Gamusinos3: Animal imaginario para burlarse de alguien.

Lumbre4: Fuego para calentarse o para asar.


Pablo Sánchez Sánchez.

Mi versión del Lazarillo

Me desperté en una cama que no era la mía, rodeado de gente a la que no conocía, íbamos con ropa vieja, sucia y rota. A lo lejos vi a un hombre alto con ropa muy parecida a la de los SWAT, también tenía un arma de fuego en la mano y una pistola y un cuchillo en el cinturón. Me acerque a hablar con él.

- ¿Dónde estoy?

- Estás en un tren- me dijo un guardia.

- ¿A dónde vamos?

- Lo siento, pero no estoy autorizado para darle esa información. Más adelante mis superiores se lo comunicarán.

Me di cuenta de que llevaba unas llaves en el cinturón, él se dio cuenta y me dijo:

- Están bien sujetas, no me las podrás quitar.

Decidí no hablar más con él, me di la vuelta y vi a un niño haciendo travesuras sin preocuparse de nada.

Después de un tiempo el guardia con el que hablé abrió una puerta y entró un hombre. El hombre nos dijo:

Muy buenas a todos, están todos aquí porque han sido seleccionados para hacer una misión muy importante, esta misión consiste en sobrevivir en un planeta recién descubierto y necesitamos a todos vosotros para ver si se puede vivir en él, estaréis en el planeta 50 años. Los que consigáis sobrevivir volveréis a la Tierra, os deseo suerte.

Después de eso mucha gente empezó a hacer preguntas, pero el hombre se fue sin contestar a ninguna.

Pensé que esto había sido aceptado por el gobierno o el rey, siempre hacen lo mismo: mandan a otras personas para que a ellos no les pase nada.

El guardia que custodiaba la puerta no estaba, pero me di cuenta de que el cuchillo se le había caído y decidí ir a por él. Justo en cuanto lo guardé, un gas salió del techo del tren.

La gente corría, gritaba y los niños lloraban. Fue lo último que recuerdo antes de desmayarme.

Me desperté en una cápsula inmóvil, pero aún tenía el cuchillo guardado. Al lado de mí había una ventana y vi que estábamos en el espacio. En ese momento pasó un persona, me miró y activó otra vez el gas, pero esta vez dentro de mi cápsula.

Me volví a despertar y esta vez la cápsula estaba de pie enganchada a algo por la parte de arriba. A través de una ventana vi el planeta, en ese momento volví a maldecir al rey y a los políticos.

Un hombre se acercó, abrió mi cápsula y, cuando ya estaba abierta, le di una patada, salí corriendo por la nave y vi a mucha gente dentro de unas cápsulas colgadas de una especie de gancho. Sabía que no tenía escapatoria, pero podría buscar algo que me sirviera para sobrevivir, todo lo que encontraba me lo guardaba en los bolsillos, encontré una mochila donde guardé las cosas, en la mochila guardé lo siguiente:

Una cuerda de dos o tres metros, agua potable, latas en conserva, un botiquín, el cuchillo del guardia, una pistola con balas, ropa limpia, jabón, un libro de supervivencia y un libro en blanco con un lápiz, un hacha, una linterna, muchas pilas y tres mecheros.

Cuando lo cogí todo sonó una alarma, supe que era por mí, decidí buscar mi cápsula y salir hacia el planeta.

Cuando encontré mi cápsula, era la siguiente para ser lanzada, pero cuatro hombres me pisaban los talones. Me acorralaron antes de que entrase en mi cápsula, entonces escuché unos aplausos detrás de ellos, se acercaba lentamente el rey. Me dijo:

- ¿Por qué haces esto?, no vas a poder escapar.

- Ya lo sé, pero así puedo sobrevivir más tiempo en ese planeta.

El rey se rio.

- ¿Crees que después de esto te vamos a dejar ir a ese planeta?

Yo ya sabía lo que significaba eso, los guardias me apuntaron con sus armas, vi que mi cápsula estaba a punto de ser lanzada, me armé de valor y salí corriendo hacia la cápsula, escuchaba los disparos muy cerca de mí, conseguí llegar a la capsula y cerrarla, un segundo después fue lanzada, en ese momento pensé en la miseria de planeta que teníamos. La Tierra se había convertido en un basurero, la gente robaba, mataba por todos los lados, habíamos extinguido a más de ciento cincuenta especies distintas de animales y plantas, habíamos contaminados ríos, océanos y mares y los reyes y políticos se dedican a mandar gente a otro planeta para hacerle lo mismo.

Mientras estaba pensando, un pitido me interrumpió y me di cuenta de que ya estaba en el planeta, unas letra rojas ponían: activar paracaídas pulsar el botón.

Pulsé el botón y descendí despacio hacia el suelo, una vez allí la cápsula se abrió y encontré una nota en la que decía:

Querido superviviente, estás en el planeta Samur, esperemos que dentro de 50 años sigas vivo, tienes un aparato en tu mano derecha que te dirá tus constantes vitales, enfermedades o nivel de locura. Cuando llegue el día de la recogida, será rastreado por ese aparato y te recogerán y llevarán a casa.

Dejé caer la nota, miré mi mano derecha y tenía esa cosa, no me había dado cuenta hasta ese momento.

Miré al horizonte y supe que ahí comenzaba mi aventura.

FIN

Samuel García Arias.


EL SOBREVIVIENTE

Me llamo Bruno, soy de familia pobre pero intento sobrevivir como puedo. Yo iba a una finca para cazar, pues en mi casa no teníamos para comer y me tenía que buscar la vida.

Mi padre un día me llevó a dicha finca para cazar algún conejo, liebre... bien pues más adelante me encontré con un vivar y mi padre me estaba buscando, pues él no sabía dónde estaba. Tras un tiempo buscándome, nunca me encontraron y yo en esa finca me parecía que ya no pertenecía a la pobreza. Tenía todo lo necesario para vivir: agua, comida, un chozo...

Mi astucia fue la siguiente: me escondí adrede para que mi padre no me encontrara y nunca me encontraron. Hasta el día de hoy vivo aquí en buenas condiciones y he notado como si hubiese salido de la pobreza.

Hecho por: Miguel Melo Mateos


EL GATO SIN ROSTRO:

Érase una vez, en una casa abandonada, nacieron tres gatitos preciosos y pequeños. La madre adoraba a sus hijos, pero eran gatos callejeros y se le hacía muy complicado alimentarlos, ya que tenía que buscar mil maneras de llevarles comida sin que les pasara nada.

Un día, la gata encontró un puesto de fruta en un parque enorme y lleno de gente. La felina pensó que, como estaba tan concurrido, podría intentar robar algún plátano o pera para sus pequeños, pero tenían que cruzar un río para llegar hasta el puesto y así fue, cogió a sus bebés y cruzaron el río. Cuando ya estaba a punto de atravesar el agua, uno de sus gatitos se soltó de su madre y la corriente le arrastró hasta un pequeño pueblo donde estaba solo. El gato pasó casi todo el día en la orilla del río temblando de frío y llorando de hambre hasta que de pronto llegó una pareja con un niño pequeño, que jugando, se encontró al animal y, como le sorprendió su belleza, lo cogió y en brazos se lo llevó a sus padres con la esperanza de que le dejase quedárselo, pero los padres no quisieron, así que el pequeño no le quedó otra que guardárselo en el bolsillo del pantalón.

Al llegar a casa, le dio un trocito de pan y un poco de leche y le llamó Guss, que fue creciendo con el niño sin que los padres lo descubrieran. No fue nada fácil pero consiguió estar con él dos años. Una noche de tormenta, los truenos rompían el cielo y alumbraban las calles, Guss era un gato asustadizo y, aunque no quería hacer ruido para que los padres del niño no le descubrieran, no pudo evitarlo. El niño abrazó al gato, pero ya era demasiado tarde y sus padres los encontraron a los dos en una esquina de la habitación. Como los padres no le querían, lo dejaron suelto en la calle; así que ahora tendría que aprender a vivir solo. Pasaron las horas y el gato tenía hambre, así que decidió ir a un palacio antiguo y colarse en la cocina para ver lo que podía llevarse. Encontró una chuleta de cerdo en la basura y unas patatas que le parecían muy apetitosas. Cuando se dispuso a salir de la cocina, el cocinero al verlo lo persiguió con una escoba intentando darle pero le fue inútil. También encontró una cuna de bebé tirada en una calle y decidió dormir en ella todos los días. Pasaron los años y Guss aprendió a robar tan bien que nunca le faltaba comida ni cobijo. 

FIN

Esther del Río Morgado.


LAZARILLO

Mientras que comíamos, el hombre siempre se ponía un bollo de pan entero para él y todos los días se lo comía. Cuando yo me enteré de que tenía un bollo de pan, decidí empezar a quitarle un cacho y así todos los días; pero cada día que pasaba se lo quitaba más grande, había a veces que se lo quitaba entero.

El hombre estaba ya cansado y, para saber quién se lo quitaba, me puso una servilleta encima del pan; así, si yo le quitaba, se daba cuenta; pero no le funcionaba porque yo le quitaba la servilleta de encima del pan. Así seguía hasta que se dio cuenta y tapó el pan con un vaso. Yo pensaba qué podía a hacer, hasta que se me ocurrió hacer un agujero en la mesa, justo donde él ponía el pan y yo seguía quitándoselo. El hombre se cansó de mí y me echó de su casa, hasta que conseguí entrar en otra para seguir tomando el pelo a la gente.

Estrella Sánchez Fernández.

IES FRANCISCO DE ORELLANA. Responsable de la página: Sonia Gara Arboleya Olivares
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