3ºA

Cuentos a imitación de El Lazarillo.


EL LAZARILLO DE TORMES

Yo era un niño de doce años que vivía en una casa alejada del pueblo en el que me hallaba.

Mi madre falleció cuando yo tenía ocho años y mi padre se fue a la guerra de los Estados Unidos. Desde entonces no volví a verlo, por lo que yo, a partir de ese momento, fui un niño huérfano que vagaba por las calles del pueblo buscando a alguien que me acogiera y me ayudara a hacer mi vida mejor.

Un día que iba a buscar algo de comer, pasé por un puesto de fruta y no me quedó otra que robar una manzana para poder quitarme el hambre que llevaba encima. Justo cuando la cogí, me la guardé en los bolsillos y salí a correr hasta llegar a mi casa, que por aquellas tierras era difícil que me encontrasen y así me la podía comer tranquilamente.

Antes de llegar, me encontré con un hombre que vagaba también en busca de un sitio donde quedarse a dormir.

Me preguntó:

- ¿Sabes de algún lugar donde pueda pasar la noche?, llevo todo el día andando y necesito descansar.

- No encontrarás alojamiento en estos lares, pero puedes pasar la noche en mi casa si quieres, yo vivo solo hace mucho tiempo y me encantaría tener algo de compañía -respondí.

- Vale, me parece una buena idea, dejaré mis cosas a la entrada para no molestar.

Le dije que no podría ofrecerle nada para comer, cosa que no parecía importarle de momento, pues me contó que ese día se le había dado bien el dar una vuelta por el mercado.

Al día siguiente salimos a conseguir comida. Me propuso que él la conseguiría a cambio de compartir los dos mi pequeña casa.

Me di cuenta de que cada día traía menos comida a casa, por lo que decidí salir yo a buscarla. Esto se fue convirtiendo en una costumbre de tal modo que él pasaba más tiempo en la casa que yo.

Uno de los días cuando volví me dijo:

- ¡No traes suficiente comida para los dos! Deberías ir a la granja del pueblo y robar algunos huevos si quieres que te deje volver a entrar en la casa.

Le obedecí y me dirigí hacia allí. No fue difícil entrar, no había nadie a la vista.

Me fui derecho al gallinero, pero no encontré ningún huevo así que decidí coger una de las gallinas, porque, si me presentaba sin nada que comer, pasaría la noche en la calle. Me costó unas cuantas carreras hasta que pude atraparla.

Justo cuando salía de la granja, alguien me echó la mano por detrás, era el granjero.

- Pequeño ladronzuelo, me estás quitado una de mis gallinas. Como no me des una buena explicación, llamaré a la policía.

Yo le conté todo lo que me pasaba y, como no quedó convencido, decidió acompañarme y comprobar si era verdad que no me dejaría entrar si no llevaba comida.

Cuando llegamos, la puerta estaba cerrada, llamé y antes de abrirme me preguntó:

- ¿Has conseguido algo de comida? Porque, si no, no entrarás hasta que la consigas.

- No he podido traer nada, pero te prometo que mañana saldré otra vez a buscar -le dije.

-Pues entonces búscate un lugar en donde dormir y no vuelvas hasta que tengas algo -me dijo muy enfadado.

El granjero que me había acompañado y escuchó toda la conversación. Me dijo en voz baja que le acompañara.

Cuando nos habíamos alejado de la casa, decidió que llamaría a la policía, ellos se encargarían de aquel hombre.

A mí me propuso si me gustaría ir a vivir con él y su mujer, necesitaban a alguien que los ayudara en la granja y a mí no me faltaría de nada, tendría una familia.

Yo acepté.

Eva Álvarez Miguel.


EL LAZARILLO DE TORMES

ADOLF Y MARÍA

Hacía algo más de una semana que iba caminando sin rumbo por las calles de Madrid, cuando me encontré con el que iba a ser mi nuevo padrastro.

Iba yo dando patadas a una piedra por una estrecha calle mientras buscaba algo que comer, pues hacía algo más de dos días que no probaba bocado, cuando de repente la piedra fue a parar a la bicicleta de un joven bien vestido.

-Suplícame que te perdone ahora mismo o lo lamentarás- me dijo el joven de forma chula.

-Ha sido solo un accidente y no te ha rozado nada más que la suela del zapato, así que no creo que tenga que suplicarte, pero, como no voy buscando pelea alguna, lo siento.

-¿Quién te crees que eres para hablarme de esa manera? Se lo diré a mi tío para que te meta en la cárcel y te den un buen escarmiento; a ver si así aprendes a tratar a la gente con el respeto que se merece la gente como yo, rata de alcantarilla- me gritó, mientras me agarraba del cuello de mi camiseta a punto de soltarme un puñetazo y lo habría hecho si no hubiera sido porque su tío, el señor Adolf, estuvo allí para impedirlo.

-¡Suelta inmediatamente a ese joven si no quieres irte calentito a tu pueblo jovencito!- le dijo el señor Adolf a su sobrino.

-No es justo tío, él se atrevió a tirarme una piedra.- No le dejó continuar y le soltó una bofetada.

-Lo he visto todo desde el bar, no te atrevas a mentirme de nuevo y vete corriendo a la estación que vas a perder el tren -dijo el señor Adolf.

En cuanto se fue el joven, agradecí a Adolf su ayuda y este me dijo que no tenía nada que agradecerle, que disculpase el comportamiento de su sobrino y que le aceptase un café en modo de disculpa, el cual acepté encantado.

Ya dentro del bar Adolf me hizo unas cuantas preguntas cómo que de dónde era, que si tenía familia y que si tenía a dónde ir.

Cuando le conté parte de mi historia, decidió acogerme en su casa con la promesa de darme un lecho donde dormir agua y comida.

De camino a su casa me contó que estaba casado con una mujer muy bella, pero que esta, tras enterarse que era estéril, cambió mucho su forma de ser y se volvió una persona tan fría que se podía decir que no tenía ni sentimientos.

Al llegar a la puerta de su casa, pude comprobar que no me equivocaba en lo que pensaba, eran gente de dinero.

Una gran mansión se alzaba ante mí, con enredaderas cubriendo sus paredes.

Entramos en la casa y un olor a comida recién hecha me llegó y no pude evitar que mis tripas sonaran.

-Tanta hambre tienes muchacho, le diré a María que te sirva un poco del caldo que ha preparado -me dijo Adolf cariñosamente.

Yo solo pude agradecerle, tenía muchas ganas de llorar por lo feliz que me encontraba, pero todo ni iba a ser un camino de rosas y es que su mujer al verme empezó a gritar insultos hacia Adolf.

Pasaron más de diez minutos discutiendo y, cuando ella se cansó, se fue de la sala. Adolf me indicó dónde podía dormir y me sirvió un tazón de caldo y se marchó también.

Los días siguientes no fueron mejores, María me hacía la vida imposible y no me dejaba siquiera comer, a menos que estuviera Adolf delante, pero como este llegaba a altas horas de la madrugada no era raro el día que me iba a dormir sin probar bocado.

Los meses fueron pasando y con ellos llegó el invierno, el más frío de todos los tiempos y como era normal muchas personas enfermaron por las frías temperaturas. Una de esas personas fue Adolf.

Tuvo que estar en casa metido por orden del médico, cosa de la que yo me beneficié, ya que María estaba más pendiente de él que de mí y me dejaba comer.

Transcurrió una semana y Adolf empeoró muchísimo hasta que una noche a las tres de la madrugada murió.

María no tuvo piedad de mí y me encerró en una húmeda habitación sin comida ni comida.

Pasaron dos días, yo no dejaba de gritar, pero parecía que nadie me escuchaba y, cuando me iba a rendir y asumir que me iba a dejar morir allí, abrió la puerta con un tazón de sopa ardiendo y me dijo:

-Sólo te dejaré beber cinco segundos, de ti depende beber o no- dijo con una sonrisa malévola en la cara.

Yo bebí todo lo que pude a pesar de estar quemándome.

Los siguientes días fueron iguales, solo me iba a visitar cada dos días con un tazón de sopa ardiendo y yo seguía bebiendo todo lo que podía, a veces pensaba que ya no tenía ni papilas gustativas.

Solo en la oscuridad pensaba en la forma de escaparme a pesar de no tener casi fuerzas y al final di con la clave.

María entró con el tazón de sopa hirviendo y me le dio para que le cogiera, yo rápidamente me puse en pie y cogí el tazón en mis manos y se le tiré a la cara. María gritó fuertemente y se tapó la cara dejando caer las llaves del cuarto, yo aproveché, las cogí, cerré la puerta, eché la llave y salí deprisa de la casa volviendo a como estaba al principio de la historia, vagando por las calles sin nada que llevarme a la boca.

FIN

Beatriz Casco Búrdalo.


CUENTO IMITACIÓN A EL LAZARILLO

A los pocos meses de nacer yo, mi padre se fue a la guerra y allí murió. Yo no era más que un triste niño al que todo el mundo llamaba Joaquín. Vivíamos en una pequeña granja al lago de un arroyo. Una noche cuando yo estaba dormido, escuché que alguien llamaba a la puerta. Enseguida fui a abrir y me encontré con un señor ciego de unos 65 o 70 años de edad, que estaba buscando un lugar donde pasar la noche. Al día siguiente mi madre me dijo que me fuera con él y que le tratase como un padre, ya que él le había dicho que me trataría como un hijo. Una vez llegados allí yo me alojé en la casa del ciego .Yo pasaba hambre y veía cómo la comida se estropeaba sin que el ciego se la comiese. El ciego me trataba mal, un día decidí comerme un poco de comida, antes de que se estropease sin que el ciego se diese cuenta. Cada día yo le ponía el plato con su comida y su vino hasta que un día se dio cuenta de que le empezaba a faltar la comida. Yo le notaba un poco raro, pero pensé que eran cosas mías, hasta el día que me pilló comiendo. No sé en qué estaba pensando yo cuando acepté irme con él. La paliza que me dio fue brutal, pero lo que no me entraba en la cabeza era que cómo ese maldito ciego se había dado cuenta de que me la estaba comiendo.

Un día salimos a pedir limosna, esa noche había llovido mucho y el río llevaba mucha agua, por lo que pasamos por puente que estaba en construcción. Yo se lo dije al ciego ocultándole que el puente no tenía agarradero. Yo pasé primero; pero, cuando llegó la hora de que pasase el ciego, pensé que diciéndole que el puente giraba a la derecha se caería al agua y se ahogaría y por fin me libraría de él. Le dije todo lo que había pensado y el ciego me hizo casó y se cayó al río de cabeza. Aproveché el momento y salí corriendo de allí lo más rápido que pude. No sé lo qué pasó con el ciego pero tampoco me importaba, pues ya era libre.

Leticia García Osado 


 La historia de Paco

Me llamo Paco, soy de Israel, huí de este país por los enfrentamientos religiosos que hubo, pero mi madre y mi padre no lo hicieron a tiempo. Me subieron a una barca que llevaba a España, cuando yo tenía 13 años. Llegué al sur de Andalucía en febrero de 1997. Un hombre llamado Antonio me puso a trabajar en los invernaderos, este hombre al parecer era muy católico y decían que era muy bueno, los c*j*n*s, no sé como podían decir esto, puesto que me trataba mal, no me daba alimento, vivía de pena, entonces me las tuve que apañar como pude.

Un día, cuando terminé de trabajar, me llamó Antonio para ir de caza con él, yo estaba cansado, fatigado. Nos fuimos al coto del pueblo, mi trabajo consistía en recoger las piezas de caza que él tiraba, la primera ave que pasó la tiró, era una perdiz albina muy bonita. Seguidamente fui a recogerla en las escobas donde había caído. Entonces se me ocurrió una idea, la escondí para poder ir al día siguiente y cogerla, así me llevaría algo a la boca.

-Señor Antonio, la perdiz se ha perdido, no la encuentro.

-¿Cómo puede ser posible? si la he visto bajar.

-Le habrá dado en un ala y se habrá ido corriendo, tenga en cuenta que las perdices son muy duras.

-Bueno tienes razón, vamos espabila que, como no encontremos algo más, te quedas en la calle.

Seguimos cazando, hasta llegar a un zarzal donde Antonio me mandó tirar una piedra. De repente salio un jabalí a toda velocidad, Antonio disparó, acertó; pero al jabalí le dio tiempo a meterse en otro zarzal.

-Paco, entra en el zarzal y sácalo.

-Pero, señor, ¿cómo quiere que haga eso? Me voy a llenar de pinchos y encima no puedo con él.

-Tira, no te quejes tanto o quieres cobrar, toma esta cuerda y átasela al guarro a la pata para que yo pueda tirar de ella.

Me metí al zarzal como pude. Me empezaba a doler todo el cuerpo debido a los pinchos de este, seguía como podía empecé a sangrar hasta que llegué a un punto del zarzal donde estaba un poco limpio. Encontré al jabalí al lado de un gran pedrusco, el jabalí debía de tener unos 5 o 6 años debido a su pelaje y a sus colmillos que eran gigantescos, entonces se me ocurrió una gran idea, até la cuerda al pedrusco.

-Antonio, el guarro es muy grande no sé si podrás con él.

-Anda, anda. ¿Ya lo tienes atado?

-Sí.

Antonio empezó a tirar, a tirar, pero no movió el pedrusco ni un solo centímetro. Se rindió y me dijo que me saliese del zarzal que no tocara al guarro, puesto que iba a venir con una máquina a por él al día siguiente.

Nos fuimos a casa, Antonio se durmió enseguida. Yo me fui por la noche al zarzal con unas tijeras de podar, despellejé al guarro y cogí lo más valioso de él, los colmillos, algunos trozos de carne, la piel, para poder venderlos en el mercado y comprar algo de comida para mí. Para poder engañarle y hacerle creer de que había sido un animal el que se había comido el jabalí, podé el zarzal de forma extraña, hice huellas falsas, con las tijeras hice cortes extraños al jabalí.

A la mañana siguiente, Antonio se fue temprano a por el animal, yo me quedé en el invernadero haciendo mi tarea.

Cuando volvió, llego pálido, ni me miró, fui corriendo a ver qué le pasaba, le vi recogiendo todas las armas.

-¿Qué pasa, Antonio?

-Na na na da, solo que me retiro de la caza.

-¿Por qué?

- Porque sí, tira a trabajar o te dejo sin cena.

Ese mismo día fue tres días a misa, estaba acobardado, fue el día en el que más me reí.  

Gabriel Gómez Silva.


El Lazarillo

El Lazarillo era un niño huérfano al que un tabernero acogió.

El tabernero lo tenía explotado limpiando la suciedad que los borrachos dejaban. Lazarillo estaba harto porque no le daba ni de comer.

El tabernero engañaba a su mujer con la mujer de un amigo y el Lazarillo quería sacar provecho de esta oportunidad para robar la taberna y fastidiar al tabernero. Una noche quedó el tabernero con su amante a las afueras de la ciudad mandándole una carta. Lazarillo se la entregó a la mujer del tabernero y esta se fue a esperarle a la salida de la ciudad y dejó a Lazarillo a cargo de la taberna. Este fue al escondite donde guardaban el dinero y se lo llevó. El tabernero acudió a su cita y allí se encontró a su mujer que con una estaca le sacudió en la cabeza y lo mató. Cuando volvió a la taberna, Lazarillo no estaba y el dinero tampoco.


LIDIA AGUILAR

Mi nombre es Lidia, me he criado en un pequeño pueblo rodeado de montañas llamado Tejeda, es un pueblo donde abunda la pobreza. Nací allí,en el mismo suelo del lugar, mi madre murió al traerme al mundo y quedé a cargo de mis abuelos, ya que mi padre estaba trabajando cortando leña y apenas podía ocuparse de mí. Me crié con mi abuela, prácticamente no veía a mi padre y tampoco a mi abuelo, puesto que nuestros horarios no coincidían; es decir, cuando yo me despertaba, ellos ya se habían marchado y solo los veía a la hora de la cena y a veces ni eso. Mi abuela me sacaba a la calle. Mientras ella se sentaba con las vecinas a hablar de sus cosas de personas mayores, yo jugaba con las demás niñas del pueblo.

El mismo año que yo cumplí los doce años, mi abuelo falleció y aunque nunca había tenido mucho trato con él, era mi abuelo, un ser de mi familia y me sentó muy mal su pérdida. Desde ese año mi abuela empezó a tener problemas mentales de salud y allí la medicina no estaba muy avanzada, puesto que era un pueblo pobre y humilde. Al poco tiempo ella encamó y tuve que empezar a ser yo quien se ocupase de ir a recoger las verduras de la huerta, ir a por el pan, hacer la comida, recoger la casa... Las vecinas y amigas de mi abuela siempre me ayudaban, a veces se quedaban con mi abuela para que yo pudiese salir a ver a mis amigas del pueblo un rato, ya que aunque vivía allí al estar tan ocupada con la casa y mi abuela apenas podía verlas. Las vecinas eran muy generosas conmigo, siempre me daban algún cacho de pan para la merienda, siempre me saludaban y se preocupaban por mí y mi familia.

Pasaron tres años y mi abuela falleció debido a un virus, yo tan solo tenía quince años y aquello fue muy duro para mí, me quedé sin mi abuela demasiado pronto y me quedé sola con mi padre. La casa se quedó fría sin mi abuela y yo ya no era la misma, mi padre no podía cuidar de mí aunque ya no era una niña, tampoco podía mantenerme. Entonces decidió llevarme a la cuidad, a una casa de nobles para yo encargarme de limpiar su casa, me llevó para trabajar de sirvienta, ya que al ser una mujer no podía ir con él a trabajar a la leña.

En esa casa no me trataban nada bien y me pagaban dándome algo de comer tampoco me daban ningún manjar, solo una sopa con pan al mediodía y un cacho de pan por la noche. Aunque eran nobles, tampoco había demasiado dinero para presumir de él y al menos tenía un techo para dormir. Yo no me podía quejar, ya que en mi casa iba a pasar incluso más hambre y tendría menos tiempo para descansar.

Cuando ya llevaba casi dos años allí trabajando, empezaron a darme menos de comer, exigirme más a la hora de hacer las cosas, tenía muchas más tareas y responsabilidades. Al poco tiempo me enteré de que mi padre enfermó por el mismo virus que mi abuela, el ´´tifus``, un virus debido a los seres patógenos. La verdad es que yo ya me esperaba lo peor. Si la gente de la casa en la que habitaba y trabajaba me trataban cada vez peor al notar la ausencia de mi padre, ya que el cada vez venía menos a verme, no me quería imaginar cuando se enteraran de esto o incluso si él llegaba a morir al igual que mi abuela, que yo pensaba que sería lo más probable, pero no quería aceptar esa idea.

A los días llegó una de las pocas vecinas que yo tenía cuando vivía con mi abuela en casa, venía a visitarme y a darme la nefasta noticia de que mi padre había fallecido. No supe cómo reaccionar ante aquello, me había quedado totalmente sola. Para mí la muerte de mi padre, que era el único que quedaba conmigo de mi familia, significaba eso.

Cuando los nobles de aquella casa en la que yo habitaba se enteraron del fallecimiento de mi padre, empezaron a recortarme las comidas, ya no sabía cuándo sería el día que comería y cenaría a la vez o incluso me podía pasar dos y tres días sin probar bocado, así que no me quedó otro remedio que buscarme yo mis habichuelas. Cogí unos cuantos poemas que había encontrado hacía unos meses en una sala con muchos libros que había en esa casa y decidí aprendérmelos y recitarlos en la calle, para así poder alimentarme con lo que la gente me diera por ello. Así lo hice, me levantaba antes que todos para hacer mis tareas y tener unas horas en la tarde libres para poder salir a recitar esos poemas. Al cabo de un tiempo los nobles se enteraron y, como vieron que esos poemas eran de sus familiares ya fallecidos, decidieron que todo el dinero que yo recaudase sería para ellos y, como yo no estaba dispuesta a ello, decidí marcharme de aquella casa, ya no me hacía falta su manutención, por poca que fuese.

Cogí algunos poemas más de aquella casa y decidí regresar al pueblo de donde yo venía, volví a casa de mi abuela aunque la sentía muy vacía sin mis seres queridos y me quedé allí a vivir. Tenía un techo y todos los días subía andando a la ciudad para recitar algunos poemas y de eso vivo. Unos días hay algo más que otros para comer, pero hasta hoy no me ha faltado un cacho de pan que llevarme a la boca.  

Mercedes Miguel Piñas.

Hola, mi nombre es Javier y os voy a contar mi vida. Yo nací un 28 de agosto de 1987 en la casa de campo de la finca donde trabajaban mis padres. Viví allí mis primeros diez años de vida, hasta que un día apareció la guardia civil en la puerta de la casa, llevándose encarcelados a mis padres por varios atracos de ganado y alimento a las fincas vecinas.

Y desde ese día comencé a vivir en casa de mis abuelos, que también tenían ganado. Mi abuelo me dijo que él me enseñaría lo que es la vida, yo no entendía lo que decía, pero mi abuelo era muy astuto y me hizo ciertas cosas para que jamás me engañasen. Una de las muchas que nunca se me olvidará fue decirme que cerrase los ojos y me imaginase algo... No había acabado de comenzar a imaginarme cuando me pegó un puñetazo en la cara del que me sacó dos dientes y va el gracioso y me dice: "Si todo el mundo te pide que cierres los ojos, imagínate todas las cosas que te pueden llegar a hacer", y rio. Fui creciendo y aprendiendo gracias a él, ya que se lo debo todo.

Cuando cumplí mis veinte años, decidí irme a la ciudad en busca de trabajo y a conocer algo más que no fuese ganado y campo. La verdad es que en esos años con mi abuelo le cogí algo de odio, pero ahora se lo agradezco, ya que, si no hubiese sido por él, me habrían engañado más de una vez.

Roberto Barbero Pestaña.


Tractado primero: me abandonan en un río.

Me abandonaron mis padres en un río a los doce años porque era muy rebelde y desobediente y mis padres estaban hartos de mí.

Sentí que una voz de hombre me decía que si estaba abandonado, entonces dije que sí. El hombre me llevó a su casa de acogida, pero yo no sabía que él estaba loco. Siempre me daba voces para que me levantase, me pegaba sin motivos, hasta que un día me llevó al campo y me dijo que íbamos a jugar al escondite. Estaba decidido a jugar, él me dijo que empezara a contar hasta cien y yo conté. Cuando estaba a punto de acabar, sonó un coche; entonces miré para atrás y era el loco que me abandonó.

Tractado segundo: me acogen en una casa.

A los pocos días de abandonarme, me acogieron en otra casa, este hombre era mayor y muy gruñón, pero se podía aguantar, él no me daba voces, ni tampoco me pegaba, pero tenía que hacer yo todo, al ser tan mayor no podía andar, estaba en una silla de ruedas.

Yo estaba muy contento con aquel hombre. Pasaron dos semanas y el hombre se puso muy malo y yo no tenía ni idea de enfermería, entonces a las pocas horas murió. Me puse muy triste, porque en esa casa no me gritaba nadie, entonces tuve que ir a buscar otro lugar.

Tractado tercero: me acogen en un palacio.

Estando unos días vagabundeando por la ciudad, me acogieron unos príncipes, me llevaron a un palacio y me dieron todo lo que necesitaba. A medida que me iba haciendo mayor en aquel palacio, me enseñaban a defenderme en batallas, me querían entrenar para ser un guerrero. Cuando fui lo suficientemente mayor, me dispuse a hacer mi primera batalla. Yo pensaba que era un guerrero con experiencia, por eso me dispuse a empezar yo la batalla. Cuando iban a matar al príncipe, me dispuse a ponerme en el medio y me clavó a mí la espada, entonces me pusieron una estatua en conmemoración por salvar al príncipe.

Moisés Belmonte Delgado.


Cuando era pequeño, vivía con una monja muy mala muy mala, que no me daba de comer, por lo cual yo le tenía que quitar comida cuando se despistaba. Un día vino a mí y me preguntó:

-¿Te estás comiendo mi comida cuando no estoy o me despisto?

-No - le respondí- ¿Por qué me preguntas eso?

-Me desaparece la comida -dijo ella.

Entonces tuve que parar unos días para que no sospechase más de mí y me pillase, ya que, si me pillaba, además de dejarme sin comer, no me volvería dejar salir a la calle.

Un sábado me mandó limpiar los cristales y para las ventanas del salón tuve que coger las escaleras. Cuando estaba casi terminando, se acercó al salón para ver cómo iba; en ese momento se me cayó el cubo del agua en sus pies y se resbaló dándose un golpe tan fuerte que se tenía que quedar dos semanas en el hospital.

Hasta que llegase tuve la casa para mí solo y aproveché para poder comer todo lo que quisiese, pero durante esos días pensé que me iba a echar la culpa, que me iba a pegar, a castigar y que me iba a reñir, por lo cual, antes de que ella llegara a casa, me escapé. Me recogió un buen vecino y me dio de comer, me dio casa, etc...

Pasó un mes hasta que la monja me vio en casa del vecino y esa misma tarde fue a su casa y le dijo:

-Oiga, vecino, ¿usted tiene a un niño en su casa?

- Sí, ¿por qué lo pregunta, vecina? -respondió el vecino.

- Porque ese niño es un maleante. Yo le tuve que echar de casa, porque no hacía nada más que robarme -respondió ella.

Entonces el buen hombre me dijo: ``Niño, vete de mi casa, porque me han dicho que eres un maleante y has venido a robarme´´ . Entonces me echó de su casa.

Estuve un tiempo buscándome la vida para sobrevivir en las calles hasta que me contrataron en un restaurante para fregar los platos, me pagaban 15€ a la semana, además de que el propietario del restaurante me acogió en su casa y me daba de comer.

Cuando cumplí los veinte años, me compré una casa y a los veintisiete me casé, tuve un hijo, que hoy en día sería vuestro padre, queridos nietos, y hasta hoy que les estoy contando esta historia.

Guillermo Bravo Cercas.


El Lazarillo de Tormes fue abandonado y su quinto amo fue un diseñador de ropa de la corte. Era reconocido como el mejor del mundo.

Amador, que así se llamaba el diseñador, vivía una gran casa las afueras de la gran ciudad, Madrid. Tenía una granja, porque le gustaban los animales.

El Lazarillo de Tormes tenía que cuidar la granja. Así se lo dijo Amador, echaba de comer a las gallinas, cerdos, caballos, ovejas, cabras, gatos y perros. También limpiaba los establos, ordeñaba y hacía queso, entre otros oficios.

El amo no le daba de comer, ni de beber y tampoco tenía ropa.

El Lazarillo comía alguna de los quesos que hacía, aparte de robar en la cocina del amo y bebía leche fresca de cabra todos los días.

Él se hacía la ropa con los sacos de pienso de las gallinas y dormía en un rincón donde Amador tiraba los recortes de la ropa.

Un día el amo enfermó y tenía un pedido de los príncipes para hacer trajes para un baile, Amador le envío al Lazarillo a la ciudad con un fajo de billetes para comprar la tela. El Lazarillo tuvo que coser los trajes como le indicó el amo, los hizo y los metió en una caja.

Pero antes de enviarlo sin que se diera cuenta, el Lazarillo cambió los trajes por los sacos que se estuvo poniendo, cogió los trajes y el dinero que le sobró de comprar las telas, dejó una nota al amo burlándose de él y se fue de la casa.

Los príncipes, al abrir las cajas y ver los sacos de las gallinas, se lo dijeron a su padre que se había gastado un dineral para esos trajes y este mandó a prisión a Amador.

Y el Lazarillo, poco después, encontró trabajo como leñador y vivió felizmente creando una familia.

Alba Curiel Muñoz.


LAZARILLO

Siendo yo pequeño y viendo los problemas en casa, unos padres más pendientes de su vida que de la mía, decidí abandonar el hogar y buscar mi propio camino. Caminando sin parar llegué a un pueblo pequeño donde me topé por casualidad con el cura de aquel pueblo, yo nunca fui una persona religiosa, pero, al ver su crucifijo asomar, oraciones por mi boca dije sin parar. Quedó el cura sorprendido y decidió llevarme a la iglesia donde empecé a trabajar como monaguillo.

Allí estuve yo como buen samaritano hasta que un día una mujer con problemas en la vista me dijo que si la podía ayudar a llevar unos recados a su casa y los llevé y me contrató como su ayudante. Me fui con ella a su casa y me instalé en un pequeño cuarto que tenía al lado de la cocina para sus criados. Todos los días me mandaba con su monedero a hacer los recados y al llegar a casa se lo daba y contaba las monedas moviendo el monedero para oírlas sonar, yo de vez en cuando le quitaba algo de dinero y ella empezaba a sospechar. Para que no sospechara metí en el monedero una chapa para que parecieran monedas cuando lo moviera, pero al final descubrió que yo le robaba dinero y me echó de su casa y a buscarme la vida de nuevo. 

Jorge Donaire Bravo. 


Alfonsín de Cuenca

Hace ya muchos años en un pueblo de Cuenca, había un chico llamado Alfonsín, al cual la gente le llamaba Alfonsín de Cuenca. El pobre niño no tenía padre ni madre; por lo tanto, iba vagando por las calles de Cuenca en búsqueda de una casa en la que alojarse .

El chuletón

Después de que a Alfonsín le echaran del convento de las monjas en el cual había vivido, una pareja de sordomudos le acogieron en su casa.

No eran lo que se podía decir muy buena gente, pero necesitaban a alguien para que les limpiara la casa. No le daban de comer y el pobre Alfonsín cada vez estaba más y más delgado. Como sabía dónde guardaban la comida que iban a comer al día siguiente, Alfonsín se comió medio chuletón, simulando la forma de comer como la del perro de la pareja y así comer algo. Pero, un día, al llegar la hora de comer la pareja se dio cuenta de que faltaba el trozo, pero al no estar el pero en casa durante todo el día, se dieron cuenta de que el perro no era el que se lo comía, sino Alfonsín.

Al final, Alfonsín no volvió a pisar esa casa y siguió vagando por las calles sin rumbo.

¡Fin!

Sira Donaire Robles.


IMITACIÓN DEL LAZARILLO:


Un día me pasó una cosa muy curiosa: estuve escuchando una conversación de dos chicas de mi pueblo que estaban en un banco sentadas. Hablaban de una señora mayor que vivía en su casa y era muy egoísta y contaban anécdotas sobre lo egoísta que era aquella mujer. A mí aquello me resultó bastante interesante y les dije :

-Pues yo necesito comida para mi casa y os apuesto lo que queráis a que consigo que me dé todo lo que yo quiera .

Las otras sabiendo lo egoísta que era apostaron porque pensaban que no lo iba a conseguir . Yo empecé a idear mi plan.

Junté mis ropas, una olla, un brasero, preparé la bolsa y me fui cerca de su casa. Empecé a preparar todo lo que iba a necesitar y cogí una olla llena de agua y eché piedras en ella y empecé a cocinar. La mujer me espiaba, pero yo seguía cocinando. De repente se me acercó y me preguntó sobre lo que estaba haciendo y le dije que estaba cocinando una sopa de piedras. La mujer no se lo podía creer y le dije que estaban muy ricas pero me saldría más rica si tuviera todos los ingredientes que necesitaba. La mujer con curiosidad se ofreció a llevarme todo lo que necesitaba: cebolla, perejil,sal, ajo, patatas, huevos , carne ... Una vez que me trajo todo le dije a la señora que ya estaban listas. Antes de servir las sopas, tiré las piedras, le eché el agua en el plato y salí corriendo con los ingredientes que me dio para dar de comer a mi familia; pero antes llamé a las chicas para enseñarles toda la comida que había conseguido de aquella mujer y gané la apuesta.


Ainhoa Gómez Díaz. 


LA NIÑERA

Lucas González Ortiz y sus padres Daniela Ortiz y Álvaro González vivían en Cantabria. Su madre trabajaba de cocinera en un bar y su padre trabajaba arreglando coches. Al año siguiente a su padre le trasladaron la fábrica muy lejos de donde vivían. A los dos meses siguientes estaban en un piso alquilado con unos vecinos la mar de agradables. Ese mismo día su padre empezaba a trabajar en su nueva fábrica y su madre empezaba a trabajar de bibliotecaria. Sus padres hablaron de que Lucas no se podía quedar solo en casa cuando trabajaran los dos; ya que, antes de trasladarse, su madre solo trabajaba por la mañana. Días después decidieron tomar la solución de que deberían contratar a una niñera para que Lucas no pasara las tardes solo. Tuvo tres niñeras:

La primera niñera era pobre y solo tenía ese sueldo para su hija, madre y marido. Ella, mientras que Lucas hacía sus deberes, les robaba comida hasta que un día faltaban muchas cosas y tuvo que confesar. Daniela y Álvaro la echaron.

La segunda niñera, también era un poco pobre. Al trabajar vio que había mucho dinero en la mesa y lo cogió de la mesa y se lo guardó y, al venir los padres de Lucas, la descubrieron y la tuvieron que echar .

Entre niñera y niñera le subieron el sueldo a su padre el doble de lo que era y quedaba un total de mil quinientos euros.

A la tercera niñera Lucas le enseñó la casa y lo que Lucas no sabía era que la estaba haciendo una ayuda al saber dónde estaban las cosa de valor. Tampoco sabía que ella venía de una banda organizada para robar cosas valiosas.

Ella, al saber donde estaban las joyas de Daniela, fue lo primero que hizo en llevarse tras una televisión y un reloj carísimo de su padre.

Después de todo esto, llegaron a la conclusión de que con los mil quinientos euros podrían vivir y les sobraba, así que la madre dejó de trabajar en la biblioteca y se quedaba con Lucas todo el día.

Laura Luengo Martín.


Rómulo y su infancia

Me llamo Rómulo y vengo a contarles mi historia:

En el 2005 yo tenía siete años y mi padre se separó de mi madrastra por cosas que le pasaron. Acabó en la cárcel y ella se fue a su país dejándome solo.

Me internaron en un centro de menores y a mí no me gustaba estar allí, porque estaba muy lejos de la cárcel donde estaba mi padre y no podía ir a verle, entonces a unos amigos del centro y a mí se nos ocurrió hacer trastadas para que nos sacaran del centro y nos llevaran al que más cerca estuviera.

Entramos a una tienda y mientras que unos se guardaba las patatas sin que se dieran cuenta, otros cogíamos más cosas y a la hora de pegar le pagamos con un billete falso.

Después fuimos a un supermercado. Para nosotros era un reto, ya que había cámaras de seguridad. Unos fueron a nuestra esquina preferida la de las bebidas energéticas, se las guardaron en los bolsillos y volvimos a pagar con un billete falso. En ese momento, estábamos tan nerviosos que casi nos pillan; pero uno de mis amigos fue astuto y empezó a fingir que le dolía un montón el estómago para que nos dieran la vuelta rápido y poder irnos cuanto antes.

Pero eso no era suficiente para que nos cambiaran de centro. Entonces pensamos en vender las televisiones que había allí y hacerlo tan mal para que nos pillaran y nos sacaran de allí.

Todo estaba planeado para que, cuando hicieran el cambio de educador, los dos nos pillaran, todos estábamos muy nerviosos, pero salió genial y conseguimos que nos llevaran a un centro que estaba solo a dos manzanas de la cárcel, pero todavía había uno más cerca.

Pero por desgracia para mí,en ese momento una familia decidió acogerme. Mi padre de acogida después de llegar de trabajar dejaba la cartera encima de su mesa de noche y ahí fue cuando pensé cómo deshacerme de ellos y empecé a quitarle cincuenta céntimos todos los días para que no se diera cuenta y comprarme un paquete de tabaco y así me pillaran fumando y no quisieran que estuviera más con ellos.

Cuando ya tenía el tabaco, miré la hora y vi que quedaban tres minutos para que mi madre de acogida volviera de trabajar y me pillara fumando. Me encendí el cigarro y empecé a soplar para que se consumiera, ya que no quería probarlo porque solo el simple hecho de olerlo me daba asco. Ahí fue cuando escuché la llaves en la puerta y pensé: "Si no me huelen el aliento a tabaco, me van a pillar". Entonces decidí probarlo y empecé a toser y ella se acerco rápido al escucharme toser y me pilló.

Pero aquello no me salió muy bien, ya que me metieron en un centro que estaba más lejos que el primero.

No llevaba ni una semana en el centro nuevo cuando aparece el educador y me dijo que hay otra familia que me quería acoger en ese momento, no sabía si alegrarme porque podía salir de allí o entristecerme porque me podían mandar a otro centro que estuviera más lejos todavía.

Con esta familia, la verdad, es que no estaba nada mal, pero tenía que ingeniármelas para salir de allí y no sabía cómo. Recordé que en unos días mi padre salía de la cárcel y yo cumplía los dieciocho y así ya saldría de los centros.

El día que salió mi padre de la cárcel me dijeron que no me podía ir con él hasta que no tuviera los dieciocho y los servicios sociales ya no se pudieran hacer cargo de mí.

Quedaba una semana para mi cumpleaños y me acordé de que tenía un amigo que se ganaba la vida vendiendo drogas. Decidí quitarle dinero a mi madre de acogida y comprar drogas y alcohol.

Invité a unos amigos mientras que ellos estaban en el trabajo y justo cuando volvieron nos pillaron fumando y bebiendo alcohol.

Los servicios sociales decidieron llevarme a un centro de menores que estaba más cerca de la casa de mi padre, ya que en dos días era mi cumpleaños y salía de allí.

Justo cuando salí del centro y me fui a vivir con mi padre, nos dimos cuenta de que no teníamos dinero para nada y nos iban a quitar la casa, decidimos atracar un banco e irnos a vivir fuera del país.

Esa noche iba todo bien. Ya habíamos robado el dinero e íbamos a irnos del país. Estábamos en nuestra casa cogiendo las maletas para irnos cuando llegó la policía. Nosotros pensamos que nadie nos había visto, pero no fue así. Por desgracia, nos metieron en la cárcel; pero yo estaba feliz porque ya estaba con mi padre.  

Claudia Mateos Bermejo.


La historia comienza cuando la policía fue al molino donde los padres de Lazarillo trabajaban, consiguieron detener al padre al darse cuenta de que estaban robando, pero la madre consiguió escapar cruzando el río Tormes y allí mientras lo cruzaba dio a luz al que se convertiría, debido a este hecho, en Lazarillo de Tormes.


La historia continúa cuando a sus diez años de edad su madre decide venderlo a un ciego para quitarse esa carga y dedicarse a la prostitución. El ciego en realidad no lo era, sino que se trataba de un estafador. Lazarillo, al darse cuenta de ello después de un tiempo, decide entregarlo a la policía.


El Lazarillo, al verse solo, decide empezar a robar. Tras diez años en este oficio decide robar la casa del cura corrupto de Salamanca. Le robó todo el oro y el dinero y saliendo impune decide irse de Salamanca a Toledo con veintiún años a comenzar una nueva vida. Con todo lo que había robado decidió comprar una casa y consiguió hacerse alcalde y casarse.

Tuvo seis preciosos hijos. Tiempo después se enteró de que su mujer le era infiel y que solo uno de ellos era suyo y sería este al que le dejaría su herencia al morir. Todo esto no le importaba debido a que tenía un trabajo en el que ganaba dinero, una casa donde vivir y su mujer era bueno con él. Así pasó el resto de su vida hasta su fallecimiento en Toledo.

Fin

Inés Moreno Montero.

IES FRANCISCO DE ORELLANA. Responsable de la página: Sonia Gara Arboleya Olivares
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